MOSAICOS ROMANOS
Cuando
los romanos fueron conquistando a lo largo del siglo II a. C. las regiones de Grecia y de Asia Menor, la obra de mosaico era ya común en todo el mundo de habla
griega. El arte del mosaico pasó con facilidad al orbe romano comenzando así un
género artístico-industrial, del que hicieron una verdadera especialidad. Se
extendió de tal forma que puede decirse que no hubo casa o villa romana donde no hubiera mosaicos.
Los mosaicos romanos son fáciles de
descubrir para los arqueólogos y hasta el momento su número es muy
elevado, pero presentan una gran dificultad de conservación. El lugar idóneo
parece ser que está en los museos donde el cuidado, la limpieza,
temperatura, humedad, etc., se hallan a su disposición, pero el problema está
en el espacio que se necesitaría para almacenarlos de manera merecedora. Los
romanos construían los mosaicos con pequeñas piezas llamadas teselas. Las teselas son piezas de forma cúbica, hechas de rocas
calcáreas o material de vidrio o cerámica, muy cuidadas y elaboradas y de
distintos tamaños. El artista las disponía sobre la superficie, como un puzzle, distribuyendo el color y la forma y aglomerándolas con una
masa de cemento.
Los
mosaicos eran para los romanos un elemento decorativo para los espacios
arquitectónicos. Al principio, cuando el arte del mosaico empezó a
desarrollarse en Roma, se hacía sobre todo para decorar los techos o las
paredes y pocas veces los suelos porque se tenía miedo de que no ofreciera
suficiente resistencia a las pisadas. Pero más tarde, cuando este arte llegó a
la perfección, descubrieron que se podía pisar sin riesgo y comenzó la moda de
hacer pavimentos de lujo. Los mosaicos como pavimento eran para los romanos
como puede ser una alfombra
persa y de alta calidad
en los tiempos modernos.
El
mosaico romano es considerado como una pintura hecha de piedra. Los asuntos de un
mosaico son los mismos que pueden encontrarse en la pintura, pero se
diferencia de ella en que la perspectiva es falsa y forzada. Su inspiración
está en los dibujos de los tapices de los tejidos y de la obra pictórica.
Para
fabricar un pavimento hecho de mosaico seguían una serie de pasos que con el
tiempo se fueron perfeccionando. El lugar de fabricación era un taller especial.
Allí lo primero que se hacía era diseñar el cuadro y este trabajo tomaba
el nombre de emblema, voz tomada del griego que viene a significar
"algo que se incrusta en". Después de haber diseñado el cuadro se
hacía una división de acuerdo con el colorido. Se sacaba a continuación una
plantilla en papiro o en tela de cada una de esas parcelas
divididas y sobre dicha plantilla se iban colocando las teselas siguiendo el
modelo escogido con anterioridad. Las teselas se colocaban invertidas, es decir
la cara buena que luego se vería tenía que estar pegada a la plantilla. Cuando
este trabajo estaba terminado, los expertos lo transportaban in situ
para que el artista concluyera allí su obra.
Pero
antes de colocar las teselas había que preparar bien el suelo para recibirlas.
Esta era una labor muy importante que requería experiencia y habilidad. En
primer lugar se allanaba hasta conseguir que fuera horizontal pero con una
inclinación suave y calculada que facilitase el deslizamiento del agua hacia
los sumideros. El suelo tenía que ser firme y estable pues una leve rotura de
una sola tesela podía conducir a la degradación de toda la obra. Los eruditos y
arqueólogos encontraron un claro ejemplo de cómo se podía llevar a cabo esta
construcción en el famoso mosaico de Alejandro Magno encontrado en la Casa
del Fauno en Pompeya (Nápoles, Italia). El firme para recibir
finalmente las teselas estaba así constituido (de abajo arriba):
·
Suelo
natural acondicionado.
·
Fragmentos
de teja.
·
Capa
de mortero.
·
Teselas
del mosaico.
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